dimecres, 1 de maig del 2013

Let Her Go.

Let her go, and please, remember.



Fría y húmeda noche de sábado. Me levanto del sofá, dejo la manta deshecha en el suelo y la televisión encendida, y voy a la cocina. Lavo una taza y me sirvo café, puede que del día anterior (la verdad es que ya he perdido la noción del tiempo), y frío, como el resto de la casa desde que te fuiste.

Vuelvo al sofá, recojo la manta e intento acurrucarme como puedo, tratando de no pensar ya que tu recuerdo aún sigue clavado en mi mente. Bajo la mirada y me topo con una dolorosa visión; inconscientemente me he envuelto en tu manta, una de las muchas cosas que dejaste en casa, de esas que jamás volviste para llevarte, como si quisieras estar en mi vida para siempre, oculta al no poder verte, pero omnipresente al sentirte en cada habitación, en cada rincón remoto de la casa, viviendo en todos y cada uno de mis recuerdos.

Pero no, te marchaste. Tus cosas no son más que un símbolo, puesto que lo que de verdad dejaste ha sido dolor. Cada paso que doy en esta maldita casa produce una sensación de soledad, el eco que se escucha al dar cada paso parece burlarse de mí, parece disfrutar del hecho de que me hayas dejado aquí tirado. Es como si necesitara recordarme en todo momento que estoy solo, perdido en mi inmensidad.

Me vuelvo a levantar, camino y salgo al jardín. Empiezo a contar estrellas y, sin previo aviso, te vuelves a colar en mi cabeza. Te veo ahí, de pie, mirándome fíjamente como si esperases a que te invitara a sentarte. Entonces, de repente todo se vuelve más oscuro y te veo gritándome, empezando así la rutina de discusiones que mandaba ya hacía un tiempo, antes de que te marcharas en el mes de Julio.

Nos gustaba hacernos daño. Nos gustaba ser fríos con nosotros mismos. Fríos y malditos, tan fríos como ese invierno que nunca tuvimos y que me he imaginado más de una vez. Cada vez que discutíamos generábamos el caos más absoluto, adentrándonos en nuestro propio infierno, incomprensible para los demás pero demasiado familiar ya para nosotros. Y dentro de ese caos, aún conseguíamos que nuestros ojos, de forma sincera se cruzaran, y vaya si supimos aguantarnos la mirada, mientras observábamos nuestra muerte día a día, desnudando nuestros cuerpos el uno al otro, escuchando las palabras que salían de tu boca, tan bellas como si fuesen escritas por el mismísimo Neruda... 

Pero por muy atractivas que fueran tus palabras, no sabían pedir auxilio, un auxilio que llegó a ser muy necesario pero que ni tú ni yo supimos pedir debido a nuestro desconocimiento de la palabra 'ayuda'. Fuimos pura magia y fantasía.

Sentíamos renacer cada vez que me veía en uno de tus trazos de aquel lienzo jamás terminado, o cada vez que tú te escuchabas en uno de mis acordes que jamás llegaron a formar una melodía. Envidiaba tus dedos, capaces de crear la pintura más bella que mis ojos podrían ver jamás. Pese a ello, llegaban momentos en que nuestra presencia acababa convirtiéndose en ausencia, apestando nuestras vidas y generando un olor desconocido, que nunca supimos identificar, señal de que se acercaba nuestro fin.

La última noche ahí estábamos, tumbados en el jardín, contando las estrellas mientras perdíamos la vida en canciones que habíamos escuchado mil veces, pero de las que nunca nos cansábamos, hasta que finalmente nos perdimos en nosotros mismos. Ahí estábamos, presentes pero callados, estando como ausentes. 

Pero ahora todo se ha pintado de color negro. Ahora ya no te pasas más por mi cama, has dejado mi mente vacía y olvidada, perdiendo así cada vez más sentido día a día. Los colores que me dejaste han ensombrecido, y los días son cada vez más grises. Hasta mis acordes han muerto.

Vuelvo a la cocina, preparo más café, no sé cuánto durará esta vez.

Y ahora, por más que me duela, no dejo de repetirme: Déjala marchar, tan solo es un nombre más. Qué más da, un nombre menos que recordar.

1 comentari:

  1. Excellent. I really enjoyed reading this. It is amazing. You use words well make me feel them.

    ResponElimina